Cambié, por tu luz y tus perfumes
Debía encontrar la manera de disfrutar lo visto y oído hacía tan solo unos instantes. La tormenta, con todos sus colores y sonidos había cesado y la lluvia fuerte me había hecho detener el coche, cuando terminaba mi fin de semana en una aldea pequeña de la gran sierra. Bajé del coche y abrí bien los ojos, desde allí, dominé un paisaje incomparable. Mi olfato se inundó de perfumes. Las múltiples flores se apresuraron a soltar su fragancia, cuando las nubes cansadas ya de esperar habían soltado toda su agua.
La tranquilidad, y las fragancias, junto a la vista natural que se extendía ante mí, fue suficiente, para que yo reflexionara y decidiera en pocos momentos. Había salido de mi mente la razón para una nueva forma de vida y los motivos estaban claros,debía quedarme en este valle para disfrutarlo y además, tenía que hacer lo posible para que el mayor número de personas lo disfrutaran. Ya no soportaba más la ciudad, contratos y más contratos de trabajo, con los que no llegaba cada mes a superar los gastos.
Un piso alquilado, siniestro y oscuro, en el que no podía respirar, una calle, donde todas las mañanas tenía que esquivar en la ,puerta a los que allí dormían y lo peor de todo: melancolía, tristeza y depresión, que cada día iba a más. Todos estos inconvenientes formaron la decisión de abandonar la ciudad.
De repente una luz apareció en mi mente, la casa de mi abuelo en la aldea y mí gran amiga Matilde, ella, sabia conocedora de gentes y costumbres del pueblo serían la solución.
Decidí convertir esta casa en un pequeño refugio de tranquilidad, el paso definitivo para aliviar nuestra pequeña economía y permitir que otras personas disfrutaran del campo.
El río, a pocos metros de la casa se precipitaba y daba vida a los múltiples nimales que vivían en torno a él, su recorrido tortuoso se hacía camino entre las piedras gigantes de granito, que como guardianas de sus aguas iban marcando su recorrido, con pequeñas cascadas y remansos repletos de renacuajos. ¡Esto es lo que yo quería oír! y además, ¡iba a ver todas las estaciones del año, como en mi infancia!, las notaría en mi cuerpo desde la mañana hasta la noche y al día siguiente otra vez…el encuentro con el gran sol.
Natalia Vilar
La tranquilidad, y las fragancias, junto a la vista natural que se extendía ante mí, fue suficiente, para que yo reflexionara y decidiera en pocos momentos. Había salido de mi mente la razón para una nueva forma de vida y los motivos estaban claros,debía quedarme en este valle para disfrutarlo y además, tenía que hacer lo posible para que el mayor número de personas lo disfrutaran. Ya no soportaba más la ciudad, contratos y más contratos de trabajo, con los que no llegaba cada mes a superar los gastos.
Un piso alquilado, siniestro y oscuro, en el que no podía respirar, una calle, donde todas las mañanas tenía que esquivar en la ,puerta a los que allí dormían y lo peor de todo: melancolía, tristeza y depresión, que cada día iba a más. Todos estos inconvenientes formaron la decisión de abandonar la ciudad.
De repente una luz apareció en mi mente, la casa de mi abuelo en la aldea y mí gran amiga Matilde, ella, sabia conocedora de gentes y costumbres del pueblo serían la solución.
Decidí convertir esta casa en un pequeño refugio de tranquilidad, el paso definitivo para aliviar nuestra pequeña economía y permitir que otras personas disfrutaran del campo.
El río, a pocos metros de la casa se precipitaba y daba vida a los múltiples nimales que vivían en torno a él, su recorrido tortuoso se hacía camino entre las piedras gigantes de granito, que como guardianas de sus aguas iban marcando su recorrido, con pequeñas cascadas y remansos repletos de renacuajos. ¡Esto es lo que yo quería oír! y además, ¡iba a ver todas las estaciones del año, como en mi infancia!, las notaría en mi cuerpo desde la mañana hasta la noche y al día siguiente otra vez…el encuentro con el gran sol.
Natalia Vilar
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